Poeta, editora y correctora radicada en Dina Huapi, Silvia Urtubey escribe también narrativa. Es Maestra de Nivel Inicial y Profesora de Formación Docente, tarea que ejerció durante décadas. Gestó revistas y otras publicaciones, coordinó diversos proyectos culturales. Milita, construye, sostiene. Su abrazo a la literatura se extiende además a través de sus libros, dos de los cuales fueron premiados y publicados por el Fondo Editorial Rionegrino: “La rebelión de la muda” y “Recuerda que has de morir”.
Por Sebastián Carapezza
Cuando me propusieron entrevistar a Silvia, no dudé por -al menos- dos razones: las referencias de conocidos en común siempre con el pulgar para arriba cuando hablan de ella y la posibilidad de entrevistarla en persona, encuentro que no siempre sucede en esta indómita provincia rionegrina. Un cara a cara, mates de por medio, mirando por la misma ventana; un contacto de seguro superador del que permiten las pantallas.
Luego de sortear alguna gripe clásica de estación, pudimos congeniar horarios -que en principio se resistían a compatibilizar. Silvia propuso juntarnos el día que tenía agendado turno con su dentista, confesando que le venía bárbaro como excusa para suspenderlo (y que hacía días buscaba el motivo).
En su barrio, las calles con nombres de árboles y flores se cruzan cada 100 metros. Tilos, tulipanes, amapolas, petunias y muchas otras, presagian una primavera que empieza a perder la timidez. Identifico la casa guiado por su último mensaje: “Portón grande. Timbre que no anda”.
En el patio por el que ingreso veo una bandera colgada entre dos árboles. Desde la tela se interpela “Poetizar hasta que aclare”. Toda una señal de lo que vendrá. Me recibe un ambiente cálido, de entrecasa, muchos libros alrededor, el mate ya dando vueltas -al igual que el lavarropas que se escucha de fondo y será la banda sonora una vez que pulse el Rec del grabador.
Diecisiete kilómetros separan Bariloche de Dina Huapi, población en la periferia de la estepa, cabecera del Nahuel Huapi. Silvia es parte de esa comunidad desde hace más de tres décadas. Nuestra conversación inicia en un dato de la historia de esa localidad escogida: creo recordar que allá por mediados de los 80’, Dina eligió por votación comunal independizarse de Bariloche y constituirse como municipio. Pregunto si conoce aquel hecho, si fue parte.
- En principio, ahí hay un error conceptual, histórico. Dina Huapi nunca perteneció a Bariloche; pertenece al departamento de Pilcaniyeu. Cuando yo llegué ya era así, y teníamos un delegado que oficiaba en este lugar. Después de eso hubo muchos otros intentos de gobierno, como un triunvirato, una junta, comisionados de fomento que nombraba el gobierno provincial. Hasta que en algún momento se votó para ver si nos hacíamos municipio, si nos independizábamos o no. Y ganó la primera moción por un puñado de votos.
- ¿Te sentís de este lugar?
- En cuanto a mi sentido de pertenencia, no tengo dudas de que soy un “coirón de estepa”... Cuando me vine a vivir aquí en el año 1986, no había árboles, ni plantas, ni casas. Estando a siete cuadras del lago, podíamos verlo sin problemas ni obstáculos. También recuerdo el viento que nos azotaba en aquella época sin vegetación que nos ampare. Debíamos ser 40 familias. Dos de mis cinco hijos nacieron aquí, y si bien alguna vez me quise ir para estar más cerca de ellos, Dina Huapi me encanta y es el lugar en el que quiero estar, en el que eché raíces hace mucho.
Sin embargo, mis primeros 27 años transcurrieron en Valentín Alsina, con mucha calle de ciudad… y ese andar se nota en mi escritura. Más incluso de lo que Graciela Cros llama “la senda del coirón”, como metáfora de lo que significa el territorio poético de la Patagonia.
En ese entonces nos vinimos de Capital Federal, que todavía no era “CABA”, porque allá no teníamos ninguna perspectiva de trabajo como docentes, que era de lo que me había recibido. En 1987 se creó la primera escuela de Dina Huapi, donde comencé a trabajar.
- Esta geografía, este clima, ¿se incluyen en tus obras?
- Creo que a veces se meten en forma camuflada y que últimamente aparecen de modo más directo. Siento que aún tengo mucho del territorio de Buenos Aires… La prueba de que el territorio no es solamente donde uno vive, su clima y geografía, es que tengo una identidad muy ribereña y porteña de cuando curtí la capital.
Sin embargo, estoy afianzada acá. Y no puedo decir que es porque están mis hijos, porque aquí solo viven dos de ellos. Ni por el clima, porque el frío me mata. Tampoco puedo decir que es por el paisaje, porque nunca en la vida subí una montaña ni hice deportes de invierno. Es más, sufrí el frío más de lo que lo disfruté; tuve salamandra muchos años, y debí hachar leña siempre, teniendo nenes chiquitos…
Pero por alguna razón me siento de aquí. Cuando tomo esta agua, la identifico. Son cuestiones sensoriales de vivir en estos lados. Al igual que el viento, o los abrojos cuando salís a caminar… que se nota que tanto no me molestan.
- Recuerdo que en 2001 sostuvimos un café literario llamado “Del lejano Este”, que era el brazo de una revista cultural que publicábamos bajo el nombre de “Vientos del Este”. Así nació algo muy lindo… Nos encontrábamos en la biblioteca de Dina Huapi, armábamos un tríptico para cada reunión en los que publicamos muchos textos de personas que escribían pero no tenían ningún interés en ser escritores.
Esas dos movidas se retroalimentaban y ahí conocí a otros autores de Dina Huapi. Entonces decidimos hacer un grupo abierto, que terminó llamándose “Yuyos malditos”. Fue un espacio que tenía algún criterio literario sin ser un taller; era un lugar donde nos juntábamos y leíamos colectivamente lo que escribíamos. Después armábamos plaquetas y aquellos trípticos, que eran impresos y distribuidos en forma gratuita. Además teníamos una página web donde nos autopercibíamos en contra de la burguesía, las vedettes municipales, y otras consignas que extrajimos del grupo “El barrilete” que funcionó en los años 60.
Silvia tiene editados los libros “La rebelión de la muda” (FER, 2017), “Rayas blancas sobre fondo blanco” (Ed. del Dock, 2019) y “Recuerda que has de morir” (FER, 2019). Publica en revistas, plaquetas y antologías desde 1975, entre ellas “Transversal” (FER, 2019), dedicada a la poesía rionegrina. Es además coautora de la página web “El grillo y la luna” que propone contenidos para primeras infancias y sus mediadores y mediadoras.
- ¿Cómo inició tu relación con la escritura?
- En la escuela era mala alumna y la única materia en la que me iba bien era Lengua -o Lenguaje, como lo llamaban en ese momento-, en la que estaba lo creativo de la composición, de la poesía, el estudio de los tiempos verbales y análisis estructural. Para mí era un placer cuando la maestra nos decía: ”saquen una hoja que vamos a hacer poesía”.
En ese entonces estaba un año adelantada porque en el delirio de mi familia, nos habían puesto a los tres hermanos un año antes ya desde primer grado. Esa brecha perduró hasta la secundaria… siempre sentía que no estaba en el lugar adecuado, me sentía sapo de otro pozo. Quizás por eso en mi casa escribía mucho, y si bien me integré a diferentes grupos literarios, no duraba mucho… Una vez que terminé el secundario ingresé en el magisterio y cuando me quise acordar ya me había enganchado.
Respecto a mi formación, no soy crítica ni tengo estudios literarios, tampoco fui a la facultad. En casi todo lo que hago soy bastante autodidacta. Creo que el oficio nace de una autopercepción, de una eficacia y un saber que no requiere necesariamente de una validación universitaria. El mundo está lleno de estudiantes poéticos que no terminaron la carrera porque se dieron cuenta que querían escribir.
En mi caso, hace más de 20 años comencé a ayudar a varias personas en sus escritos; después me empezaron a contratar y luego a llegar trabajos de Buenos Aires para acompañar, asesorar, en textos para carreras de grado, tesis doctorales, o libros como “Por su valentía le llaman Tigre” de Adrián Moyano, o dos obras de Laura Méndez destinadas a las escuelas. Si bien ahora estoy jubilada, sigo trabajando en asesoramiento de varios proyectos.
No obstante, tengo que reconocer que las cosas me salen un poco de carambola. No hice talleres literarios, no integraba el mundillo literario de la ciudad aunque hacía 25 años que vivía en estos lados. Y si bien me autopercibí siempre como poeta, eso no significa estar publicada ni que me conozca alguien importante. Nunca tuve ninguna manija ni la quería tener. Era y soy muy moralista y la verdad es que me cuesta integrarme a grupos -aunque alguna vez fui a algún evento de la “Luna con gatillo”-.... No tengo, ni tuve, ninguna aspiración de ser una poeta reconocida o consagrada. Mi primer libro, “La rebelión de la muda”, salió porque lo mandé a un concurso del FER, para que se publique, no para hacer carrera.
- ¿Cómo fue la experiencia con ese primer poemario? ¿Cómo lo trabajaste?
El material que iba a incluir en esta obra que se publicó en 2017 ya lo tenía seleccionado más de un año antes del concurso. Lo agrupé en varias partes porque sentía que había textos que tenían mucho que ver con la niñez, otros con una cuestión más adulta. Y un tercer grupo de poemas se vinculaban con cosas exteriores que me impactaban en ese momento, principalmente cuestiones literarias; hay poemas referidos a la palabra y uno dedicado a Alejandra Pizarnik llamado “Una carta”. Recuerdo gratamente que presentamos “La rebelión…” en la casita de turismo de Dina Huapi y vinieron muchos poetas y amigos.
“‘La rebelión de la muda’ es un grito poético cargado con la sutileza del aire en suspensión y con la fuerza propia de los vientos patagónicos. Etapas y paisajes se fusionan en una voz con fuerte y clara identidad. Lo urbano y lo salvaje, lo personal y lo universal, lo explícito y lo sutil, lo amoroso y lo brutal, todo tejido, ligado atravesado por la inquietante amalgama de la erótica poética, sin las cuales los versos serían hojitas secas al viento”, sintetiza sobre la obra el poeta Ariel Navalesi.
- Poco tiempo después publicaste “Recuerda que has de morir”…
- Ya en 2005 contaba con un montón de textos que estaban destinados a ser leídos como cuentos o novelas. Estaban pensados para un proyecto que teníamos con mi hermana gemela para una editorial española que se llamaba Círculo Latino, y quedó trunco. Entonces a ese material lo convertí en cuentos independientes unos de los otros. Los trabajé en ese sentido y quedó compuesto este segundo libro publicado en 2019 por el FER.
La obra reúne 10 cuentos breves que, aunque son ficción, también tienen un tono realista. Algunos son prácticamente literatura realizada a partir de hechos observables, de los que de alguna manera fui testigo. Otros, igual que gran parte de mi poesía, están cargados de cuestiones vinculadas al encierro, a conflictos un poco intensos desde lo psicológico, emocional o relacional. No obstante, la mayoría de los cuentos son bastante urbanos, incluso no ocurren en la Patagonia ni en Dina Huapi, excepto “El ataque”, que es muy dinahuapense.
Sin dudas fueron años muy prolíficos durante los que entendí que para escribir no hace falta ser ningún erudito, ni haber sido tocado con ninguna varita o tener un don particular… O tener contactos que te publiciten regularmente en ciertas editoriales.
En la contratapa, la poeta Eliana Navarro observa la médula y apunta “... antes de que pudiéramos ponernos cómodos, (...) Silvia irrumpe con ‘Recuerda que has de morir’, un libro que reúne 10 relatos, donde la única poética que vamos a encontrar es la de la oscuridad. A través de cada una de las historias, por cierto breves, compactas como lo son los golpes de puño cerrado, la autora parece estar raspando con las uñas la membrana con la que solemos cubrir la realidad, incluso la que somos capaces de narrarnos o narrar a otros. (...) Cruda la vida sin los velos. Menos mal que hay plumas como la de Silvia Urtubey, que exorciza la tragedia humana escribiéndola, y para conjurarla, nos da de leer”.
- ¿Pensás en el lector cuando estás escribiendo?
- Para nada. Sí recibo gratamente sus devoluciones, me interesa saber sus apreciaciones. Creo que escribir es en parte un trabajo con balcón: observo lo que se presenta y escucho, porque escribir es escuchar.
Cada escritor tiene su tradición, en mi caso son las lecturas de mi adolescencia: Artaud, André Bretón y todos los surrealistas. Yo mamé de allí y también de lo que nos leían mis padres en casa, cuando era niña. De esos cuentos creo que los que más me marcaron fueron algunos de Horacio Quiroga; también la literatura oral de mi mamá, que nos contaba muchas situaciones. Algunas aparecen muy plasmadas en mi cuento “La epidemia”, escrito en 2017 y en el que describo la crisis sanitaria de “la polio”.
A eso lo llaman “textoteca”, que es lo que cada uno guarda de su experiencia de lector, y no es solamente las cosas que leíste, sino que incluye a quienes te asistieron en esa lectura del mundo.
- Se dice que la mitad del país no lee. ¿Qué crees que hay que hacer con eso? ¿Cuánto te parece que tienen que ver los avances tecnológicos?
- No tengo idea. Sin embargo creo que son estadísticas que están poniendo en consideración la lectura de un libro publicado en papel, sin tomar en cuenta lo que se lee en internet o si un niño mira solo los dibujos de una obra o elige hojearla por su tapa u otras experiencias. Creo que son estadísticas burguesas; son categorías armadas muy desde el poder a partir de las que a veces se arrojan esas estadísticas.
La pregunta también nos invita a pensar dónde está el conocimiento, la poesía o el saber. ¿Guardado en los museos? Habría que preguntarse qué es leer. Jorge Larrosa dice “el texto dice lo que vos leés”. Y más en poesía, donde el significado de un texto se lo otorga el lector, porque resuena dentro de cada uno de una manera determinada, potenciada por las metáforas, las imágenes o el corte de los versos y estrofas. La poesía no es solamente lo que se publica en versitos.
El mate se va lavando, el mediodía ya se hizo tarde y la entrevista fue y vino por varias aristas relacionadas a cuestiones político coyunturales que no serán parte de este texto. Sabiendo cerca el fin de la charla, pregunto qué otras actividades le gusta hacer, además de las ligadas a la escritura y la lectura. La respuesta es casi inmediata y sin titubeos:
- La militancia de las cosas que me gustan. La maternidad. Ser abuela. La defensa de cosas que a veces no son tan hegemónicas ni políticamente correctas.
Y con el sonido del lavarropas aún de fondo, le recuerdo que hace una hora y veintitrés minutos, antes de que pulse Rec, aseveró que no tenía mucho para decir, que lo que podría contar ya está en los libros, o dicho por personas más autorizadas… para qué más. Retruqué entonces que todos tenemos algo propio para expresar, sobre todo los poetas, e insisto ahora invitándole a revisar si quedó alguna posdata que quisiera agregar.
- Sí. Que creo que en estos momentos la poesía no tiene que estar ausente en la lucha, en la calle. Por eso entre muchos armamos la Asamblea de poetas, que se referencia en el Frente Cultural pero tiene su vida propia. Reivindicamos el estar en las calles, tomar banderas que originariamente no eran propias y convertirlas en poesías.
Ahora es ella quien pregunta, directo, a los ojos: “¿Te puedo leer un poema que escribí este año y aún no he publicado? Se llama ‘Una mujer común’”. Por supuesto asiento, y sin escalas dispara estos versos que sirven tanto para seguir conociéndola como para cerrar la entrevista:
Soy una mujer común
no tuve fiebre de poeta
anotaba versos en los bordes del andén
arrullaba al hijo recién llegado
viendo al anterior hacer una torre de ollas
y yo mirando su derribo
cuchara de madera
tapas de cacerolas.
La fiebre de poeta escurría su cola de lobo
entre la casa y la escuela
entre la huelga y la toma
escurría su cola de lobo
entre el bosque y la estepa
cortes de una ruta seca en Chichinales.
Soy una mujer común
que escribe cuando el viento viene de abajo
máxima seguridad ventilada
un avispero en la escoba
y otro en la carpeta de planificaciones.
Soy una mujer común
hice espuma con jabón blanco
los pañales de tela se lavan a mano
se tienden al sol aunque no haya sol
a veces se los hierve
se los mira flamear
y al descolgarlos
se revisa que no haya bichos
los dejaba como una hoja A4 en blanco
a mi favor digo que viene conmigo
ese porvenir de niños
y los sobrevivientes
de una insolación cualquiera.
Soy una mujer común
interrumpo los quehaceres
para escribir
para divorciarme
para nadar
para verte llegar lunes por medio.
Ciclo Somos │ Coord. y edición: María Eugenia Aliani - Entrevista: Sebastián Carapezza