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“Lo que no se dice, en algún lado está y algún daño hace”

El Ciclo Somos comparte la voz de Mónica de Torres Curth en una entrevista que permite conocer la obra y mirada de una autora que interpela con una narrativa comprometida con realidades crudas y cercanas, y también habla luminosamente a las infancias con creaciones como “Wangelen”, libro-álbum publicado recientemente por el Fondo Editorial Rionegrino.

Fecha: 30 de octubre de 2025
Mónica de Torres Curth, autora barilochenseCrédito: Gentileza Mónica de Torres Curth

Por Sebastián Carapezza

A veces el pueblo se disfraza de ciudad y esta urbe, Bariloche, en algunas cuestiones sigue siendo pueblo. A veces los circuitos de este lugar de ciento cincuenta mil habitantes conservan sus rasgos a pesar de un largo correr del tiempo. Las caras se repiten, las problemáticas nos siguen representando, las referencias son compartidas, y el primer cruce de oraciones bimembres alcanza para que surjan múltiples puntos comunes. En el encuentro con Mónica pasó algo por el estilo. Cuando me comuniqué para coordinar esta entrevista, compartió su dirección y resultó ser el mismo edificio en el que trabajé durante una década. Es decir, todos esos años, desde aquella planta baja, la había visto entrar y salir infinidad de veces. La conocía sin saber quién era. Y viceversa. ¿Una casualidad o parte de las probabilidades? Le extiendo el pensamiento… “No creo en nada, pero ciertas sincronicidades me llaman la atención”, reconoce con la mirada fija, como sosteniendo con los ojos un montón de cosas que flotan invisibles. 
Nos encontramos en su departamento del tercer piso. La conversación conserva esa  fluidez de vertiente de montaña que tuvo desde el inicio. Pregunto ahora cómo ve a nuestra ciudad y parece haber estado esperando esa interpelación. Filosa y  certera, Mónica devuelve una respuesta ideológica con fundamentos en primera persona. 
- Mi padre nació en esta ciudad y yo viví aquí toda mi vida. Y la verdad es que estoy un poco enojada con Bariloche, aunque tengo que separar su sociedad del entorno natural, que a pesar de su hostilidad, me encanta. Lo que no me banco es la desigualdad social, tanta indiferencia y clasismo. No tengo ganas de formar parte de eso… Circula una definición de lo que es ser “nacido y criado” en la ciudad, que es sectaria y me hace mal. Estoy decepcionada con la humanidad en general, y cuando veo los niveles de indiferencia que existen, directamente me quiero ir del planeta. Está difícil cambiar el rumbo de este mundo que pareciera ir cada vez más hacia el individualismo y el consumismo.

La lectura crítica de la realidad es también una impronta de su producción literaria.

Las obras y sus construcciones

El clima a mediados de este octubre es cálido, pero el viento del oeste no deja de  acompañarnos como banda de sonido de fondo. La mesa que nos une ya está cubierta con libros de Mónica, cada uno con su propio peso específico. Publicar seis obras en los últimos siete años, habla de lo prolífico de esta autora, de sus ganas, su ímpetu y persistencia. También es un recorrido que a veces se rememora en plural con los pies en el territorio.

 - ¿Cómo empezaste a dedicarte a la escritura? 

- En realidad, un día fui a anotar a mi hija al taller de escritura de Luisa Peluffo, y Luisa me invitó a participar. Así comencé a integrar ese espacio, fui aprendiendo el oficio y descubriendo algunos autores que no hubiera conocido de otro modo. La verdad es que siempre me gustó escribir; tengo también un gusto por el lenguaje, curiosidad por saber lo que quieren decir las palabras, buscar la más adecuada para cada ocasión. 
Tiempo después de aquella experiencia me presenté en una convocatoria de la Universidad Nacional de Rio Negro para cuentos y poesías ambientados en la Patagonia. Reuní unos textos, me postulé, y fui seleccionada con “Todo lo que debemos decir”, que se publicó en 2018. Lo cierto es que no pretendía ser escritora… soy una lectora voraz, que lee desordenadamente todo lo que encuentra.

- En 2020 el FER editó “Circulares” obra que escribiste con Cecilia Fresco ¿Cómo se trabaja en co-autoría?

- Con Cecilia y Diego Reis somos amigos e integramos el grupo literario “Alamberse”, y los visito mucho en Villa La Angostura. En una de esas juntadas Cecilia me dijo que había encontrado un cuento que no sabía si lo había escrito ella o yo. Ahí surgió la idea de hacer un libro entre las dos, sin decir quién había escrito cada texto. Nos fuimos reuniendo semana por medio para seleccionar material, proponer ideas, hacer intercambios y modificaciones. Cuando estuvo casi terminado, hablamos con la artista visual Cecilia Gaviola, le pasamos la obra y  ella hizo una propuesta de ilustraciones para cada texto. 
En general, son escritos bastante juguetones; algunos son de prosa poética y otros medios locos, prosas donde dejé salir mi inexplorado lado poeta… Una vez hice un curso de poesía, pero creo que tengo la “cabeza cuadrada” y necesito cierta estructura para escribir. Necesito  entender y me pasa con la poesía que hay cosas que no entiendo... Con las poesías de Alejandra Pizarnik, por ejemplo, quedo en babia; y a la vez, leo textos de Cecilia (Fresco), y encuentro cosas muy conmovedoras y cotidianas al mismo tiempo; poesías hermosas que están escritas en un lenguaje que me parece cercano. 
Como decía, cuando hice aquel curso sentí que no estaba preparada para ese tipo de literatura porque me hace falta encuadre, algo que sin dudas tiene el cuento. En el cuento puedo hablar con un lenguaje más poético, hacer aparecer respiros y lugares de belleza dentro de una historia que en sí puede ser dura.

- Otra obra en co-autoría es “ARB: Una historia de conciencia y dignidad”. ¿Cómo surgió ese proyecto?  

- En 2022, junto a Laura Méndez, con quien trabajé en la misma universidad por dos décadas, ella como profesora de historia y yo de matemáticas, nos presentamos en el plan de voluntariado universitario. El programa requería la presentación de un proyecto para trabajar sobre alguna temática de interés social y nosotras, con otras colegas, fuimos a hablar con la ARB, que es la Asociación de Recicladores Bariloche. Nuestra idea inicial era hacer una campaña sobre la separación de residuos, pero ahí conocimos a una trabajadora que nos contó que quería escribir un libro sobre la historia de esta organización social integrada casi en su totalidad por mujeres. 
Entonces incluimos el presupuesto del libro en el proyecto e invitamos a la carrera de historia a formar un equipo interdisciplinario. Ahí conocí a Laura en su rol de historiadora e investigadora, y nos hicimos amigas. Hizo un trabajo muy lindo, recabó mucha información de esta organización que trabaja en el vertedero, o basural, como quieran llamarlo. El libro se concretó, lo publicó la Universidad Nacional del Comahue.

- También con Laura Mendez, y junto a Julieta Santos, publicaron “Nosotras somos ellas. Cien años de historias de mujeres en la Patagonia”, otra experiencia de escritura interdisciplinaria.

- En 2022, Laura me propuso encarar este libro. Yo estaba por jubilarme y me resistí, pero logró convencerme con la idea de escribir sobre las mujeres en la Patagonia. Ella quería que algunos de los personajes de estas historias verídicas estuvieran ficcionados, y usar ese código en textos de introducción o cierre del tema, de manera que la literatura aportara desde la ficción alguna herramienta para trabajar lo que se relataba. En el mismo sentido, la obra tiene poesía y fotografía. 
Entonces ese libro tiene ocho cuentos míos relacionados con personajes o situaciones históricas. Por ejemplo, hay uno que se llama “La Cautivita” que tiene que ver con los malones que raptaban mujeres. Es una obra académica, que publicó la Universidad del Comahue en 2023, y que se sostiene en un gran respaldo bibliográfico y de investigación, años de trabajo de Laura.

- Ese mismo año salió “Presas”... 

- Sí, cuando se hizo la convocatoria del FER en 2022, me presenté con una selección de cuentos y fracasé con todo éxito. Entonces me puse a pensar qué hacer con ese material y decidí juntar esos cuentos que están en “Nosotras somos ellas…”, con otros nuevos que  había escrito. Así germinó “Presas”, una obra en la que también cuento historias de mujeres, con cuestiones que me interesa revolver, pensar y amplificar. Sin dudas, es mi libro más crudo porque los relatos tienen a muchas niñas como protagonistas, y hablan sobre la discapacidad, violencia de género, y en definitiva son como una profundización de los temas que aparecen en “El Camino de la izquierda” (FER, 2019). Por otro lado, si bien no tienen la intención explícita de ser patagónicos, el paisaje se me cuela en las historias. La verdad es que no sabría escribir sobre lugares donde no estuve, a menos que sea ciencia ficción.

- Tu última publicación es “Wangelen”, una obra para las infancias premiada por el FER ¿Cómo fue escribir para el formato libro-álbum y el trabajo con Rodrigo Porto, su ilustrador?

- Hace muchísimos años escribí un cuento para adultos sobre una nena que vivía en el campo e iba a una escuela rural. Quería mostrar el contraste entre los contenidos de la escuela y las realidades de los chicos de la Patagonia profunda. Me gustó el personaje de la nena, a la que llamé Juanita Ancalao, y tiempo después lo retomé para “Wangelen”. Juanita tiene sus sueños, como cualquier niña, y pensé en la escuela como un trampolín, con componente determinante para el futuro de esos sueños, entonces en esta historia es una docente quien la acompaña en ese camino… Ese lugar de la escuela en el cumplimiento de los sueños de las infancias me parece fundamental.  
Con “Wangelen” fue la primera vez que hice un libro-álbum. Ya tenía pensada la historia para presentarme a la convocatoria del FER, pero me faltaban las ilustraciones. Así que comencé a buscar alguien que se motivara con el proyecto en forma voluntaria y gratuita. Fue mi hijo quien me contactó con Rodrigo, profesor de Bellas Artes egresado del IUPA (Instituto Universitario Patagonico de las Artes). Él se sumó proponiendo ilustrarlo con obras en acuarela, y durante un mes hizo un dibujo por día. Muchas veces modificamos el original incorporando o sacando algún elemento, y cada intervención implicaba hacer un nuevo dibujo. En síntesis, trabajamos un montón y sin conocernos en persona ya que yo estaba en La Plata y él en Bariloche. Recién nos encontramos en carne y hueso cuando fuimos seleccionados y el FER nos pidió fotos de las ilustraciones.

- En ese libro se plantea con fuerza la pregunta ¿dónde se guardan las palabras que no se dicen

- No tengo vínculo personal con la comunidad mapuche, pero escucho, leo y me posiciono políticamente acerca de sus reclamos. Creo que su cultura está deliberadamente oculta por la sociedad dominante, que tiene la sartén por el mango y decide qué se dice y qué no. Esa ninguneada, que genera que no haya lugar para que otros saberes salgan a la luz, es algo que me conmueve.  A eso me refería cuando en “Wangelen” pregunto dónde se guardan las palabras que no se dicen. No obstante, esa frase claramente puede aludir a otros ámbitos, a mujeres que son víctimas de violencia, por ejemplo. Lo que no decís, en algún lado está y algún daño hace. 

                          Presentación de “Wangelen” en la Feria del Libro de V. La Angostura

El remanso de la literatura

En 2023, el recorrido literario de la autora dio más frutos: obtuvo el tercer premio de la quinta edición del Concurso de Crónica Patagónica con su trabajo titulado “Mirar al monstruo a los ojos”, y el cuento infantil “Historia de un ecosistema” resultó seleccionado por el Plan de Lecturas Río Negro, para integrar la colección “A leer, Río Negro”. Aparece entonces la pregunta acerca de su apreciación sobre las políticas culturales vigentes.

- Que exista el FER y esa política provincial en esta coyuntura, con la historia que tiene ese organismo, me parece ejemplar. No solo porque se dedica a los escritores rionegrinos, sino también a la difusión de sus obras, algo que me parece fundamental y no sucede en todas las provincias. 
Otra cosa que me pareció genial es el trabajo articulado que están haciendo con el Plan de Lecturas Río Negro con un fin específico: acercar la literatura a las aulas. En ese marco, me invitaron hace poco a dar una charla en una escuela y la verdad es que fue una experiencia muy gratificante porque, aunque no me habían leído nunca, armaron una entrevista y me trataron como una verdadera escritora… Eso de que un autor parezca un ser superior que vive en Buenos Aires, me parece horrible. Entonces creo muy acertado que las políticas públicas estén orientadas hacia allí, porque hay tan buenos escritores en la Patagonia como en Capital Federal. 
En ese sentido, este año participé por primera vez en la Feria del Libro de Buenos Aires, en el stand del Ente Cultural  Patagonia. Ahí conocí un montón de gente, pero me fui con una impresión rara, porque es el capitalismo literario en su máxima expresión… Si bien se llenó de gente que preguntaba y saludaba -y compraba poco-, me pareció que en algún punto nosotros éramos el pueblo y en la alfombra roja estaban los autores que promocionan los medios y editoriales grandes. 

- Dicen que la mitad del país no lee. ¿Coincidís con esa idea?

- No estoy tan segura de esa afirmación, aunque no tengo tantos datos sobre el tema. A muchos chicos les gusta la lectura y otras cosas interesantes, como pasó con los documentales del CONICET. La ciencia y la literatura pueden ser muy interesantes, el tema es cómo se van buscando formas de calidad. 
Por ejemplo, como decía, creo que el FER y el Plan de Lectura provincial están haciendo un trabajo en ese sentido: permitir que se puedan leer historias, que puedan generar una identificación, como puede pasar con “Wangelen”. En definitiva creo que hay que captar y buscar el interés. En la actualidad existe una literatura buenísima para los jóvenes que siempre tienen curiosidad. 
Creo fundamental mejorar el cómo mostrar y potenciar el acceso a los libros que en la actualidad resultan caros. Habrá que ir a las bibliotecas, entrar por el formato digital, pero no estoy tan segura de que a los pibes no les interese leer.

- Volviendo al oficio, ¿escribir significa 90 % transpiración y 10 % inspiración? ¿Existe la musa inspiradora o se trata de ponerse el overol todos los días?

- Creo que esos están mal… ¡Debe ser 99 por ciento trabajo y el resto inspiración! Respecto a ese uno por ciento en mi caso, de repente tengo flashes de cosas que me resultan interesantes y las tomo como una idea que flota, que me queda molestando e inquietando en la cabeza. Si bien las motivaciones para escribir pueden ser muy diversas, muchas veces así surge un tema. Por ejemplo, una vez leí en el diario una noticia de una mujer de San Martín de los Andes que se arrojó a un lago con el auto. Con ella iba su hijo discapacitado. Al tiempo, la mujer, que salvó su vida de ese intento de suicidio, fue presa por la muerte de su hijo. En un momento retomé esa noticia y escribí un cuento que se llama “Hielo sobre el pavimento”.
En concreto hay mucho trabajo: miro un montón de veces cada cuento que escribo, analizo constantemente su ritmo, vuelvo a leerlo hasta que quedo conforme. Con “Wangelen” me pasó que el final que hice originalmente no me terminaba de gustar, y luego, mientras hacía cosas cotidianas, vino otra idea… Imagino que debe haber un nivel mental donde eso hierve solo, hasta que surge la idea. A veces escribo de un tirón, otras empiezo cuentos pero no sé dónde voy, así que los dejo en remojo hasta que germina algo. Por lo general no “vomito” el texto, sino que lo voy trabajando de a poco. La etapa de corrección es, sin dudas, un proceso arduo, que cansa a todo autor. 
En ese sentido me parece que los talleres de escritura son importantes porque aprendés un montón del oficio leyendo a otros y escuchando mucho. Hice talleres de lectura y  escritura con Luisa Peluffo y siempre la mirada del otro aportó. A veces sucede que cuando componés algo te enamoras del escrito y a la otra persona no le pasa nada. Es por eso que el ejercicio de objetivar el texto, sacarlo de lo emocional, se aprende de gente que sabe, no surge solo. A su vez, puede correrse el peligro de que el texto termine con el estilo de quien coordina el taller, pero cuando una ya tiene el ejercicio de haber escrito bastante, sostiene lo propio.

- ¿Cómo te definirías como autora?

- Me cuesta mucho decir que soy una escritora. Siento que soy una persona que escribe porque le gusta. Encontré en la literatura un remanso que me produce alegría. Hoy me gusta disfrutar de la belleza del arte, los paisajes, la naturaleza, y hago permanentemente actividades diversas, que van desde militar hasta pintar acuarelas, por ejemplo. Una de ellas es escribir. Estoy en una etapa de mi vida en la que puedo disfrutar de mis hobbies, ya que por suerte tengo el privilegio de no necesitar un trabajo remunerado.
También soy una persona que prefiere respirar en espacios con poca gente, tanto para escribir como en la vida en general. Si bien puedo escribir en cualquier instancia, me molesta el ruido, necesito silencio para no distraerme. Así es como tengo un lugar secreto donde voy a crear durante los veranos; y si tengo que elegir un camping, prefiero uno que no tenga nadie. Quizás por eso detesto las ciudades grandes, aunque entiendo que tengan más acceso a la cultura en general, otra de las cosas que disfruto.

- ¿Qué objetivos literarios tenés a mediano plazo?

- Estoy escribiendo varias cosas y este año voy a terminar algunas. Las temáticas como tareas de cuidado y género me siguen inquietando, y tengo diversos cuentos escritos dentro de esa línea. Al respecto creo que no hay escritura “femenina”, sino escritores y escritoras que viven en diferentes lugares y, presumo, una incidencia del entorno social, cultural o ambiental en los textos. Quizás por eso me siento identificada con Selva Almada, aunque no podría escribir en ese ambiente del litoral… lo hago en la ruta 23, o en el río Pichileufu mirando a la estepa.
Creo que contar algo que me ocurrió personalmente desde un personaje de ficción es mucho más sencillo. La ficción es un género con puertas abiertas y la literatura resulta como un puente para hablar de ciertas cosas. Creo que por ahí va el sentido, además del innegable placer de escribir. Porque cuando una publica es para lograr algún propósito puntual, no para alimentar el ego.
Por otro lado, sigo con ganas de hacer libros para las infancias, sobre todo para las disidentes, tema del que no encuentro casi material y creo que desde la literatura hay cosas para hacer.  También hace un tiempo comencé a escribir una novela, algo que me reclaman muchos conocidos, pero son proyectos de largo aliento que requieren mucha energía. Así que mientras tanto, continúo escribiendo cuentos que resultan como piñas, como patadas en el hígado: muchos de ellos los leo un tiempo después de haberlos escrito y todavía me conmueven.

Así lo siente también la prologuista de “Presas”, Viviana Núñez Cabral, cuando describe: “La pluma de Mónica es despiadada, ladina. Escribe desde las entrañas expuestas, calientes, los humores mezclados y humeantes. Para leer ´Presas´ hay que saber guardar oxígeno y tomarlo en bocanadas propicias para recuperar el ánimo. Abandonarlo en un rincón oscuro antes de que dé el sol y vuelva a convocarnos”.

Que así sea.

Fotos: Gentileza Mónica de Torres Curth
Ciclo Somos │ Coordinación, producción, edición: María Eugenia Aliani - Entrevista: Sebastián Carapezza

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